Desde una perspectiva histórico-artística, el contacto entre Oriente y Occidente ha dado lugar a algunas de las más interesantes expresiones artísticas que se han producido a lo largo de los siglos. Ya en la Antigüedad encontramos ejemplos de esto en muchas de las creaciones de la Iberia prerromana, en los excesos de la escultura clásica durante el período helenístico o en la fascinación de la antigua Roma por todo aquello que rodeaba a Cleopatra y su exotismo. Esta comunicación continuó estando presente durante la Edad Media, pese a los conflictos religiosos que existieron entre el cristianismo y el islam; las influencias que penetraron en la Europa occidental a raíz de las cruzadas dan buena cuenta de ello, así como la idiosincrasia de una Península Ibérica convertida, como consecuencia de los siglos de presencia andalusí, en un crisol de culturas que precisamente pasaría a ser, con el paso del tiempo, una de las señas de identidad de nuestro país. Más adelante, el influjo grecorromano del Renacimiento y el Barroco acabaría cediendo terreno a una renovada pasión por lo oriental, apreciable en contextos tan diversos como la decoración de interiores (las chinoiseries del Rococó dan buena cuenta de ello) o las obras pictóricas de artistas a caballo entre el Neoclasicismo y el Romanticismo (como los franceses Jean Auguste Dominique Ingres, Anne-Louis Girodet, Jean-Léon Gérôme o Eugène Delacroix).
Con el devenir de la centuria decimonónica, esa influencia que Oriente continuaba ejerciendo sobre los artistas occidentales adquirió unas connotaciones bastante distintas, revistiéndose de un mayor rigor en lo tocante a su estudio. Las ensoñaciones que habían salido de los pinceles románticos acabaron dando paso a un realismo mucho mayor, y los artistas de la segunda mitad del siglo XIX no dudaron en sumergirse en el estudio de obras históricas dedicadas a los períodos que deseaban recrear en sus lienzos. Lo que hasta ese momento había sido conocido como Oriente, una creación caprichosa en la que se daban la mano la Alhambra de Granada y El Cairo de la invasión napoleónica, los relatos de Marco Polo y los cuentos de Las mil y una noches, los antiguos monarcas de Asiria y las odaliscas de Turquía, se convirtió en algo tangible que por primera vez era posible estudiar desde una perspectiva rigurosa y científica. La célebre frase atribuida a Alexandre Dumas de “África empieza en los Pirineos” no tardaría en quedar atrás; en aras de ese positivismo tan eminentemente decimonónico, Oriente pasó a dividirse en muchos Orientes, cada uno con sus propios atractivos y poseedor de unas características cada vez más reconocibles.
Si bien las artes visuales fueron las que mejor supieron plasmar este cambio, resultó apreciable también en el campo de la arquitectura, con la proliferación de revivals tan variados como el neoárabe, el neoalhambrismo o el neomudéjar. Lo mismo podríamos decir de la conocida como fotografía orientalista, desarrollada por artistas como Wilhelm Hammerschmidt en el caso de Egipto o Alexandre Leroux en el de Argelia. Además de atraer la atención de la burguesía europea decimonónica por su componente exótico, estas fotografías desempeñaron un papel igualmente importante como material de referencia para artistas de la época, sobre todo en cuanto a la plasmación de tipos populares, vistas panorámicas de ciudades, ruinas recién descubiertas y, en general, un ambiente oriental.
Algo similar sucedió en el campo de la arqueología, donde se produjo un fenómeno conocido como «Egiptomanía» que contribuyó notablemente a definir lo que entendemos hoy en día por Orientalismo. Iniciado con los descubrimientos que tuvieron lugar durante la campaña egipcia de Napoleón Bonaparte (1798-1801) y la consecuente publicación de la célebre Description de l’Egypte (1809) de Dominique Vivant Denon, experimentó un auge incuestionable durante la centuria decimonónica hasta que el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón en 1922, debido principalmente al carácter mediático del mismo, convirtió a Egipto en una fuente de inspiración más poderosa que nunca en el panorama artístico de la Europa de entreguerras. Las colecciones de antigüedades egipcias que se formaron en instituciones como el British Museum de Londres o el Musée du Louvre de París resultan decididamente elocuentes, así como ciertos descubrimientos que supusieron un auténtico hito para la egiptología como, por ejemplo, el de la Piedra de Rosetta en 1799.
No fue hasta la segunda mitad del siglo XX, sin embargo, cuando el Orientalismo comenzó a ser estudiado como algo más que una fascinación puramente occidental por lo exótico, adquiriendo unos matices dominadores que hasta entonces se habían pasado por alto. El desarrollo de la teoría poscolonial en los años 80, sumado a la publicación en 1978 del polémico estudio Orientalism por parte de Edward W. Said, puso de manifiesto hasta qué punto esa pasión por Oriente se encontraba arraigada en la mentalidad hegemónica occidental repitiendo una serie de patrones racistas, imperialistas, etc. Según este punto de vista, la superioridad de las sociedades de Occidente era considerada incuestionable con respecto a las del norte de África, Oriente Próximo o Asia, reduciendo la mayoría de elementos culturales de estas últimas a simples clichés que solo eran interesantes por lo mucho que se apartaban de la tradición europea. Posteriormente, Linda Nochlin publicó un artículo titulado The Imaginary Orient (1983) en el que seguía los pasos de Said, quien se había centrado principalmente en la literatura francesa, para analizar cómo se repetían esos mismos patrones en el influjo ejercido por Oriente en la Historia del Arte occidental. Casi cuatro décadas más tarde, el debate continúa abierto y consideramos que resulta de un enorme interés plantear nuevos acercamientos a dicha materia, así como reflexionar (por parte de historiadores, historiadores del arte, etc.) no solo sobre lo que demuestra el modo en que Occidente ha insistido en retratar tradicionalmente a Oriente, sino también sobre cómo Oriente ha reaccionado a ello elaborando, por su parte, unas respuestas que merecen ser tenidas en cuenta, a fin de establecer por fin una comunicación bidireccional.
- Guest editor: María Victoria Álvarez Rodríguez (Universidad de Salamanca).
- Deadline: 01/04/2020.